El autismo en el aula

La diversidad funcional es un tema delicado. Por ejemplo, cuando mencionamos trastornos del espectro autista (TEA), la primera duda que puede surgir es: ¿se trata de personas autistas o personas con autismo? Realmente, las dos opciones son válidas y lo mejor es preguntarle a cada individuo qué prefiere. Sin embargo, sí que existen algunos términos que debemos evitar como, por ejemplo, «padecer autismo», ya que este no es una enfermedad. 

En esta entrada yo voy a hablar de personas autistas, ya que en una entrevista una chica dijo que el autismo es un elemento más que les hace ser quien son y que no es algo que puedan (ni quieran) perder para pasar a ser personas sin autismo. 

El tema del TEA es algo que siempre me ha fascinado. Me entró curiosidad cuando crecí con ellos sin saber qué les pasaba, cuando vi entrevistas sobre personas que lo eran, cuando tratamos el tema en asignaturas como Psicología o Biología y cuando investigué por mi cuenta para entender más. 


He escogido el tema porque, aunque se supone que los casos de autismo se reconocen antes de los tres años, en muchos casos esto no es cierto, especialmente en niñas y mujeres, que tardan años en ser diagnosticadas o que aún no lo han hecho.  Y es que el diagnóstico de una persona autista es muy complicado ya que no hay una prueba médica que pueda determinar con seguridad si una persona es o no autista. 

Recuerdo que, cuando era pequeña e interactuaba con mis compañeros autistas, no notaba nada. Físicamente son iguales que una persona no autista, no presentan cambios en el rostro ni ninguna discapacidad física, por lo que, a simple vista, en una imagen, es imposible reconocerlos.

A la hora de relacionarse, tendemos a asociar el autismo con el niño solitario que se queda en un rincón y, aunque esto no deja de ser cierto, no tiene por qué sucederles a todos los estudiantes. Algunos de mis compañeros autistas eran muy sociables, aunque es cierto que esta batería social se les solía descargar con bastante facilidad. Ante las emociones fuertes mostraban una completa indiferencia, al menos, de cara a la galería, por lo que en muchas ocasiones se les tachaba de «crueles». También les poníamos el cartel de «manducones» porque siempre intentaban imponerse a las preferencias del grupo, claro que, si no conseguían su objetivo, se iban a jugar por su cuenta y todos tan contentos. Viéndolo con perspectiva y sabiendo que eran autistas parece fácil ver aquellos comportamientos que se salían «fuera de lo común», pero desde el punto de vista de una niña era un amigo con una personalidad fuerte, sin más. Para nosotros eran niños muy intensos, que lo mismo se te quedaban mirando fijamente mientras llorabas que no se fijaban en ti, ni en nadie mientras caminaban dando tumbos por el patio del colegio, aislados del mundanal ruido y, sin embargo, en medio del ajetreo.

En el momento de acatar las normas de clase eran los «payasetes» o los «tontitos» porque se tomaban lo que decían los profesores de manera literal. Algunos pensábamos que era por desafiar al profesor y admirábamos su valentía y otros, que sencillamente iban un poco por detrás del resto de la clase y había que explicarles las cosas de una forma más sencilla.

Ahora que ya somos adultos, ¿qué podemos hacer en clase? En la asignatura de Psicología nos explicaron que para que la clase fuese más llevadera para el  niño autista, lo mejor era fijar una rutina y que, de haber algún cambio se le notificara con tiempo para que lo procesara pero no con demasiada antelación que le pudiera agobiar. También es necesario ser muy literal todo el tiempo, procurar no utilizar expresiones o frases hechas que puedan desconcertarle y marcar con claridad todos los tiempos de las actividades. Además, si hay conceptos más abstractos, es de mucha ayuda poner ejemplos prácticos que puedan entender y en el caso de los más pequeños hay que procurar que los materiales sean interactivos: que los puedan tocar, hacer formas, jugar con ellos, etc. 

Se supone que a nivel genético la tendencia es de aumento, por lo que en un futuro habrá más casos de autismo. Sea esto cierto o se deba a una mayor atención a diagnósticos sobre trastornos mentales, lo que está claro es que se necesita compartir y dar visibilidad. El diagnóstico es algo liberador, es una explicación de por qué se comportan como lo hacen, de por qué son diferentes al resto.  

A pesar de que hay muchas entidades en España que trabajan con esto, creo que aún falta mucho camino para que existan unas pautas de actuación, no solo para ayudar a los profesores sino también para que los alumnos sepan cómo comportarse con su compañero autista y que, de esta manera, todos se sientan en un ambiente cómodo para aprendizaje.

Si queréis saber más sobre el tema, os dejo dos entrevistas de personas autistas que cuentan sus experiencias. La primera es Sara Codina, una mujer que tardó 41 años en descubrir su autismo:


Y el segundo es una entrevista de Anthony Padilla (en inglés) a tres personas que cuentan su día a día como personas autistas y cómo les afecta esto: 




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