Sobre mí

 

¡Hola! En primer lugar, me gustaría presentarme.

Me llamo María Martínez, tengo 22 años y he estudiado Traducción e Interpretación en el Campus Duques de Soria. Toda mi vida he vivido en un pequeño (muy pequeño) pueblo de Palencia, por eso, para mí, el estudiar fuera de casa en la ciudad (incluso aunque esa ciudad fuera Soria) era un cambio muy grande.

Y gracias a esta carrera experimenté uno de los mayores cambios de mi vida: el Erasmus. Hasta ese momento, mi futuro laboral siempre había quedado como algo lejano. Me dedicaba a estudiar aquellas asignaturas que había escogido sin tener muy claro cuál era el destino final. Para nuestros profesores, nuestras salidas laborales eran muy claras y las solían orientar hacia ser traductor autónomo (que, con un poco de suerte y talento podría complementarse con ser intérprete). No obstante, traducir no era algo que me apasionara ni a lo que le viera rentabilidad: ¿cómo voy a trasladar el significado de estos cuatro textos económicos para el día siguiente si necesito una tarde entera para entender el primer párrafo de uno solo?

Sin embargo, si algo tenía claro era que quería hacer el Erasmus. Desde pequeña me ha gustado mucho viajar (en especial al extranjero) y siempre que se me ha ofrecido la oportunidad, me apuntaba al viaje ofertado, por lo que el Erasmus no iba a ser una excepción.

Mapa de Polonia

Una amiga me dijo que Polonia podría ser un buen destino: «es barato, no se hace mucho y hay buena fiesta». Bueno, es verdad… hasta cierto punto. Del mismo modo que no es lo mismo hacer un Erasmus en Granada que en Palencia, hay muchas diferencias entre Cracovia y la ciudad a la que yo fui: Krosno.

Allí, las actividades en clase eran interminables y los deberes y trabajos que mandaban para casa no me entraban en una cara de la agenda, aunque, para compensar, los exámenes podrían ser una corta redacción de cómo había sido tu fin de semana, y la fiesta era puramente polaca, probablemente debido a la falta de estudiantes Erasmus. Eso sí, barato era… al menos, hasta que llegó la guerra. Ese Erasmus «ideal» que yo había creado en mi cabeza y del que todos me habían hablado se fue desmoronando poco a poco, para dar paso a uno mucho mejor, basado en el intercambio y aprendizaje entre culturas.

Los profesores querían que sus alumnos nos conocieran y nos hicieran preguntas, por lo que nos mandaban a los institutos a difundir nuestras respectivas costumbres y tradiciones a chavales que no tenían por hábito ver extranjeros paseando por las calles de su ciudad. Por otro lado, en la universidad cursé la asignatura de «Español como lengua extranjera», que en Polonia se traducía en un simple «Español». El profesor nos dejaba dar clase al menos una vez a la semana a sus alumnos y gracias a esto, me di cuenta de que me sentía cómoda contestando las dudas que les podían surgir y ver el proceso de la incomprensión ante un ejercicio al entendimiento de este. Me gustaba ser capaz de ayudarles.

Al volver a España, durante mi último curso de la carrera, cada vez tenía más claro que me quería dedicar a la docencia y, por primera vez en mucho tiempo, el futuro no quedaba como algo borroso que ya llegaría, sino como un objetivo a conseguir.

Comentarios

  1. Holaa Maríaa, me chifla tu blog. Todo en los mismos tonos y con entradas muy personales y llenas de humor. Me encanta como escribes, los títulos de cada entrada y todas las imágenes (ya me dirás de donde las sacas, son preciosas). Se nota mucho la currada, espero que nos sigamos viendo. Un abrazo

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